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Periodismo de calidad en la era digital

¿Dónde encuentra un reportero sus temas?

¿Tiene todo reportaje que contener una catástrofe, que incluir a un personaje famoso? En absoluto, opina el reconocido periodista alemán Henning Sußebach. Las cosas más interesantes pasan a la vuelta de la esquina, dice convencido. Sußebach nos revela en el siguiente artículo cómo fascinar contando historias del día a día.

¿De dónde saca un periodista sus temas? Sinceramente, a mí también me parece un misterio que tan pocas veces sea el reportero quien encuentra el tema y tantas las que el tema encuentra al reportero. Cuando esto acontece así, el resultado suele ser bueno porque no tiene nada de forzado. La historia ya era sin su narrador. Pero, ¿qué hacer cuando hay narrador y falta historia? ¿Ayuda el hablar? ¿El salir a pasear? ¿Existe una vía de escape, a ser posible con atajo?

Yo creo que el reportero nato se topa con sus temas de manera intuitiva, seguramente por el sencillo motivo de que una historia a la que se llega con calzador pierde pronto viveza, y la escasez de vida no debería constituir la esencia de ningún reportaje. En cualquier caso, planeado o surgido, se me ocurren cuatro caminos hacia la materia para escribir, aunque no descarto que haya muchos más.

Una de las vías es el drama, es decir, un suceso (por ejemplo, un asesinato) o una catástrofe (como un terremoto), cuya gestación, desarrollo y consecuencias se describen. Otro es la persona conocida que despierta por sí sola el interés, primero, del periodista y, después, del lector y basta para confeccionar un texto, que por lo general acaba desembocando en un retrato.

Aparte hallamos un constructo que, desde el momento en que el periodismo se propuso explicar la globalización y la globalización se acopió del periodismo, está teniendo gran impacto. Su objetivo es mostrar las interrelaciones mundiales y sus consecuencias sobre el individuo, ya se trate del destino de refugiados, del trasvase de puestos de trabajo o del devenir de una vieja prenda de ropa. Este tipo de historias nacen con frecuencia en un escritorio y se les insufla realidad a posteriori. Acontecen en muchos escenarios y cuentan con varios protagonistas, casi siempre en distintos cargos y de diferentes capas sociales. Ésta es la llave que le ha abierto a la “costurera china” -entre otros- las puertas de la prensa alemana.

La cuarta y última fuente de materia prima para el reportaje parece muy diminuta y anticuada al lado de la que atiende a las transformaciones globales. No he conseguido dar con un nombre que la defina adecuadamente, a pesar de que es la que más me gusta. Se podría llamar reportaje cotidiano. O de la normalidad. O de la búsqueda de lo cercano, tan obviado en los últimos años.

¿Qué siente un soldado de 20 años que ha decidido jugarse la vida en Afganistán? ¿Se puede contar mejor el establecimiento de la democracia en un país tras un periodo dictatorial retratando al nuevo primer ministro que describiendo el día a día de un diputado de segunda línea, elegido como representante en el primer Parlamento constituido libremente?

¿Qué imagen tiene un vagabundo de la rica Alemania, cuando vive de recoger las botellas que puede permitirse tirar la mitad acomodada de la sociedad? O algo muy banal: ¿cómo vive una mujer de 24 años en una pequeña ciudad germana? ¿O un niño en algún rincón del medio oeste de Estados Unidos, lejos de las metrópolis norteamericanas pero en mitad de la sequía?

En mi opinión, hay dos aspectos a tener en cuenta a la hora de enfrentarse a las historias cotidianas.

Para empezar, el reportero tiene que imponerse la curiosidad porque nadie ni nada se la despierta desde fuera. El relato no fluye solo del bolígrafo al block, en ocasiones ni siquiera existe -al menos no con un principio y un final definidos- o se queda estancado en el camino.

Después, y esto marca la diferencia con el drama y la prominencia: no es poco frecuente que haya que seleccionar al protagonista como si de un casting se tratase. ¿Por qué? Porque las personas sobre las que giran estos reportajes no suelen considerar que sus vidas contengan algo que merezca la pena contar. Además, no todo soldado de 20 años hablará lo suficiente para llenar las páginas necesarias. Y no todo vagabundo será lo suficientemente confiable para aparecer en la segunda, tercera, cuarta cita.

Creo que el protagonista de un reportaje cotidiano debe inspirar al periodista. Al fin y al cabo, queremos utilizar su historia. Evidentemente, la idea de no estar siendo “representativos” no dejará de provocarnos malestar. Y es cierto: jamás se dará un vagabundo que haya caído tan bajo como para seguir atendiendo a los medios. Pero, ¿es ésa razón para que no se dé ninguno?

Lo que yo acostumbro a hacer en estos casos es conversar con tres o cuatro personas durante horas hasta que me decido por una. Importante no es sólo lo que estos interlocutores dicen, sino cómo lo dicen, cuán libres (¡o inocentes!) le parecen al reportero y si –recordando la cuestión de la “representatividad”- no les mueven excesivas ganas de salir en el periódico. Y fundamental es también que el protagonista nos caiga simpático.

Esto último puede sonar a poco periodístico, porque del periodismo se espera que sea crítico. Ante los personajes públicos debe serlo, pero en un reportaje acerca de un ser humano normal y corriente la simpatía obtiene un valor laboral: no me cabe la menor duda de que cualquier reportero llevará una investigación mucho más lejos si se siente a gusto con la persona sobre la que va a escribir; si le parece realmente interesante, si quiere involucrarse, revelar lo sorprendente en ella. De lo contrario, no hará más que confirmar sus prejuicios o rociar de desprecio a la denominada gente común. Eso no le aporta nada al lector, que sólo saca en claro la arrogancia del autor.

Si no se comete este error, para el periodista primero y para el lector después se despliega un inesperado mundo paralelo, por lo general muy próximo al propio pero nunca visto antes del reportaje. En él, el vagabundo narra lo importante que es dormir con las manos fuera del saco para poder defenderse en caso de ser atacado, y al hijo que vuelve de Afganistán se le escucha contarle sobre la guerra a su padre, ¡vaya una repetición histórica!

En el mejor de los casos, estos relatos permanecen largo tiempo en la memoria del lector, simplemente porque la rutina se los recuerda sin cesar. Un drama, por el contrario, suele olvidarse pronto.

Henning Sußbach escribe para el semanario alemán Die Zeit. Sus reportajes han recibido el reconocimiento de los permios más destacados de Alemania, como el Theodor Wolff y el Egon Erwin Kisch.

Esta entrada fue publicada por primera vez aquí

Traducción: Luna Bolívar

Date

octubre 31, 2012

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