Redactar no es sencillo, pero puede ser más fácil
A escribir se aprende. ¿Pero también a redactar? Como todas las artes, la redacción requiere una dosis de técnica y otra de talento: construir una historia comprensible, amena y a la vez instructiva no es una tarea sencilla.
Pero, por suerte, la técnica se adquiere y el talento se pule. Corrigiendo los textos de otros compañeros y, según dice, los suyos propios, la periodista y colaboradora de DW Akademie Luna Bolívar ha recopilado algunas ideas. De ellas surgen los consejos que nos presenta a continuación.
Primero, entiende de lo que escribes
Parece una obviedad, pero muchos redactores, sobre todo en la frenética actividad del periodismo diario, se lanzan al texto con un conocimiento muy superficial del tema. Nunca creas que no se nota.
Pararse a comprender merece la pena. A veces no es mucho el tiempo que lleva y casi siempre se recupera a la hora de escribir. Recuerdo que cuando empezaron a negociarse los primeros paquetes de rescate del euro anduve buscando por cuanta agencia y prensa cayó en mis manos una descripción clara de su funcionamiento. Todos repetían mismas frases estándar llenas de tecnicismos: garantías, bonos, etc. Seguramente ni siquiera quien las había escrito las entendía. Bastó una corta llamada a un instituto de economía y el reconocimiento de que el ámbito no era mi fuerte para recibir una explicación comprensible que incluir en mi nota. Y esto me lleva al segundo punto.
Pregunta, ¡eres periodista!
“He oído que en los Mares del Sur hay una tribu que cada noche le canta a la Luna después de comerse mirando al norte tres huevos de tortuga olivácea. Pero tú, que eres periodista, ya lo sabrás, ¿no?”. Pues no. Un periodista ha de estar informado, al tanto de lo que pasa porque sólo así descubre noticias interesantes. Pero un periodista no tiene que saberlo TODO. No es una enciclopedia con patas: es una persona que domina el oficio de dirigirse en cada momento al mejor experto en cada cosa.
Usa la imaginación a la hora de buscar fuentes, no te quedes en los viejos conocidos. Investiga, lee: gracias a Internet es muy fácil. Leyendo e investigando surgen posibles interlocutores y dudas. Prepara buenas preguntas, y hazlas. Que no te asuste mostrar desconocimiento. Sé capaz de reconocer ante el espejo de la vanidad periodística que con el título de esta profesión no regalan el carné de genio.
¿Ya sabes qué quieres contar?
Si has investigado, leído, hecho las preguntas adecuadas y entendido la cuestión, habrás zanjado el 50 por ciento del trabajo. Con las ideas claras e información suficiente te resultará muchísimo más fácil enfrentarte a la página en blanco.
Separa los datos importantes de los secundarios y prescindibles porque seguramente tendrás más de los que puedas usar. Hazte esquemas si te ayuda. No te tortures si no los necesitas: yo, por ejemplo, recurro a ellos poquísimas veces. Puedes seguir reglas como las de “preámbulo, desarrollo y conclusión” o “tesis, antítesis y síntesis,” o por mí también romperlas. Fundamental es que sepas qué quieres contar y cómo pretendes hacerlo.
Lo mató un titular
Confieso que soy mala redactora de titulares. Hay gente que tiene un don para eso y yo no lo poseo. Y el titular es importante porque puede decidir entre la vida y la muerte del mejor de los textos. He leído muchos principios acerca de la redacción de titulares y, sinceramente, no me han servido extraordinariamente. Así que, si tu relación con ellos es como la mía, abrupta, te aconsejo que en los momentos de atasco creativo le pidas ayuda a algún compañero que demuestre talento en este campo. Y hazte su amigo, ¡es un ser humano preciado!
Empieza con el pie correcto
La entradilla y las primeras líneas son básicas: incluso si el titular los ha atrapado, aquí aún se pueden perder muchos lectores. Si lo que escribes es una noticia, tendrás poco margen. Pero si estás usando un género más holgado, como por ejemplo el reportaje, ¡sé valiente! ¡Atrévete a innovar! Olvídate de los corsés del cómo y el cuándo y todas las demás 6W, la pirámide invertida y otros anacronismos. Sorprende al lector, llama su atención, engánchalo a tu nota de manera que no se pueda liberar, esta vez hasta el final.
Hace poco leí un artículo en el diario alemán Süddeutsche Zeitung, escrito por un islandés cuyo nombre, me disculparán, no recuerdo (Islandia era este año país invitado en la Feria del Libro de Fráncfort). El autor comenzaba hablando de un humorista británico que había recorrido en taxi una exorbitante distancia por una exorbitante cantidad de dinero, quejándose de que los islandeses no controlaban ni a sus bancos ni a sus volcanes. De ahí pasaba a hablar de la crisis en el país norteño, de los excesos de sus banqueros y de la quiebra de las principales entidades. Sólo más adelante revelaba que el citado cómico había protagonizado la campaña publicitaria de uno de los grandes bancos que cayeron con las turbulencias de 2008. Y en la tercera parte del texto que el motivo de que hubiera tenido que viajar en taxi era el volcán islandés que el año pasado dejó durante días el espacio aéreo europeo fuera de servicio.
Aunque la figura no está elegida al azar – hay que apuntar, además, que el hecho de que el susodicho fuera británico es relevante, porque muchos ingleses habían invertido dinero en Islandia y en torno a la devolución del mismo tras el crash persiste el pleito -, es en realidad prescindible. Pero se reconocerá que si el islandés hubiera comenzado narrando lo desastrosa que fue la crisis financiera para su país, no habría sido lo mismo. Y también esto me lleva a otro asunto.
No lo cuentes todo de una vez
Ya sé que dicen las reglas del periodismo que el qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué son sagrados. No llamo a que se cometa sacrilegio, pero tampoco hace falta que en las dos primeras frases hayamos contestado a todas estas preguntas. Dale al lector los datos que necesita para seguir el ritmo de la historia a medida que los vaya requiriendo. Si lo dejas demasiados párrafos en la duda, se aburrirá y te abandonará. Pero un poquito de tensión que le anime continuar no está mal. Y, sobre todo si la cuestión es muy técnica, hay que dosificar y abrir entre la información pura y dura espacios para respirar, procesar, descansar, entender. Ahí es donde caben las historias personales: la del paciente afectado si se está hablando de un error en el sistema sanitario.
Y sobre todo, nunca pierdas el hilo
No hay nada más importante a la hora de redactar que no perder el hilo. Que juguemos con los principios originales y la forma en que contamos las cosas no quiere decir que le abramos la puerta a la anarquía. Todo texto necesita una estructura. Sus diferentes partes han de constituir un todo. El paso del dato curioso a la historia que hemos venido a contar, de los hechos al relato personal, ha de ser suave, lógico, formar una cadena cuyos eslabones encajen perfectamente. El camino que se le propone recorrer al lector tiene que estar claro y llevar a un final determinado; el cordel rojo siempre a la vista.
Acerca de los cargos y los números
Hay personas muy sabias que nadie conoce, hay gente sobradamente famosa y otra que ostenta unos cargos de extenuante denominación. Simplifica y prioriza. Si el entrevistado es profesor de macroeconomía en el Instituto de Ciencias Económicas de la Universidad Técnica de dónde sea, es legítimo escribir “explicó el economista de la Universidad de dónde sea, cómo se llame”, ya que su nombre significará para lector menos que su título. Catherin Aston es oficialmente la alta representante de la Unión Europea para los Asuntos Exteriores y la Política de Seguridad, pero su labor puede quedar reducida a la de jefa de la diplomacia comunitaria, y así con otros funcionarios cuyas atribuciones superen el renglón. “Dijo Barack Obama, el presidente de Estados Unidos”, es más que suficiente.
4.954.129 euros pueden ser casi cuatro millones de euros, si son 4.954.129 muertos me parece más ético mencionarlos a todos. Igual que con los cargos, valora la importancia de los números, pero recuerda que por lo general resultan antipáticos. Es decir: cuantos menos mejor y a ser posible no todos seguidos.
Acerca de la palabrería
Los hispanohablantes tendemos mucho al adorno. No es malo, siempre que no se abuse. En mis años conviviendo con la sobriedad germana he aprendido a valorar el “menos es más”. Está bien practicarlo, pero tampoco con éste hay que excederse. En el punto medio se halla, como de costumbre, la virtud. Así que las florituras, por favor, que sirvan al contenido y no sean un fin en sí mismas. Lo que desde luego no hace falta es que le demostremos al lector en cada frase que, además de genios, sabemos escribir bonito.
Punto y final
Igual de relevante que el principio es el final, porque sería una pena defraudar al lector tan cerca de la meta. Evidentemente, queremos que nos vuelva a leer. Pon de nuevo a funcionar tu imaginación a toda máquina.
Se puede acabar con una conclusión, si la cosa está clara; planteando una pregunta, si quedan interrogantes abiertos; resumiendo en pocas palabras lo desarrollado anteriormente, si el tema es enrevesado. Se puede dejar que una cita concluya, resuma o cuestione (conviene activar el radar de buenas frases durante las entrevistas, por si alguna se prestara para empezar o terminar).
Pero en cualquier caso, cuida que tus últimas palabras redondeen y estén en consonancia con la historia. No cierres con cortes radicales: trata de no crear un precipicio al que se caiga todo el que haya llegado hasta aquí. Y si quieres lucirte con el manejo del lenguaje, éste es un buen momento.
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